Los Estados buscan la soberanía tecnológica como salida a la crisis de los semiconductores

  • Estados Unidos y Corea del Sur han inyectado inversiones millonarias para promover sus empresas de microchips
  • Los plazos de entrega siguen subiendo y superan el trimestre, poniendo en jaque a industrias como la automoción
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Desde hace meses la economía mundial está sufriendo un terremoto logístico y productivo como es la crisis de los semiconductores, dispositivos que se han vuelto necesarios en prácticamente todas las industrias, digitalizadas en procesos y productos. Pero el auge sin precedentes de productos tecnológicos durante la pandemia rompió por completo la cadena de suministro de estos componentes, producidos por un número reducido de empresas en el mundo con las que los estados quieren desarrollar su propia soberanía. Una solución de emergencia para evitar paros en factorías como las de automoción o retrasos indefinidos en las entregas de smartphones y otros dispositivos.

La crisis de la falta de microchips es fruto de un efecto látigo entre la oferta y la demanda

En el fondo, la crisis de los semiconductores es una grave disfunción provocada entre la oferta y la demanda de un tipo de material que ha provocado un efecto látigo, acepción logística que se produce cuando existe imprecisión en la estimación de las compras. Y esto se da cadenas de suministro complejos, donde cada proveedor solo tiene como referencia principal lo que va pidiendo el cliente anterior, una referencia distorsionada que no equivale siempre a la demanda real del consumidor final. Estas desviaciones pueden corregirse, pero ante cambios tan bruscos como los que ha provocado la pandemia se generan embudos a los que una industria muy localizada como no puede responder.

Es más, por el propio sistema de distribución y aprovisionamiento, los efectos de la crisis de los microchips se han notado con mucha más crudeza meses después de notarse los primeros síntomas de escasez. Algunas compañías tenían cierto aprovisionamiento, mientras que otras aún pudieron dar respuesta a los pedidos planificados, pero como la demanda de productos electrónicos no ha dejado de crecer, la crisis va camino de perpetuarse. Si al principio algunas previsiones apuntaban a una recuperación de las industrias afectadas a finales de 2021, algunas de las previsiones actuales aventuran que los problemas podrían persistir incluso más allá de 2022.

A la sobredemanda de las industrias relacionadas tradicionalmente con estos componentes hay que unirle el efecto derivado del auge de la criptoeconomía. Los procesos actuales de acuñación de divisas digitales o de NFT, los activos únicos, requieren potentes tarjetas gráficas que se nutren de estos chips, lo que ha agudizado la escasez de un mercado que en los años recientes ha estado participado por Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC), Samsung, Intel y GloubalFoundries, aunque la hegemonía del mismo le corresponde a la primera compañía, proveedora de clientes tales como Apple, Nvidia, AMD o Qualcomm, por lo que controla gran parte de la oferta mundial de estos procesadores, con un margen bruto que supera los 20.000 millones de dólares.

Intel y la apuesta norteamericana para dominar los semiconductores

En este contexto, el Gobierno de China publicaba recientemente cómo había evolucionado la producción de microprocesadores en los últimos meses, en los que se han registrado incrementos mensuales de más del 40%, aunque con respecto a los datos de 2020. Así, de las fábricas de TSMC y otras subsidiarias salieron 31,6 millones de chips en julio, último mes del que se tienen registros. Pero el resto de actores de esta industria también está tomando posiciones, como es el caso de Intel, que, según ha informado Reuters, habría presentado de forma confidencial una Oferta Pública Inicial (OPI) por GlobalFoundries, uno de sus competidores, valorada en 25.000 millones de dólares.

Esta es la vía que está buscando Intel para reforzar su rol en la industria de semiconductores después de que se haya descartado una posible fusión con un proveedor que, pese a tener sede en California, pertenece al fondo soberano de inversión Abu Dhabi Mudabala Investment. Según fuentes cercanas a la operación, este fabricante de semiconductores podría estar trabajando con entidades como Morgan Stanley, Bank of América o JPMorgan para preparar la OPI, que podría presentarse en octubre y que concluiría con la salida a Bolsa de la firma a finales de año o principios del próximo. Y es que en la hoja de ruta de los Estados Unidos está poder construir una alternativa fuerte al dominio de TSMC y un proyecto de soberanía en un tipo de componente cuya demanda, lejos de ser un pico puntual, seguirá creciendo conforme a la digitalización de la sociedad.

Fruto del carácter estratégico que tienen estos componentes, Joe Biden, Presidente de los Estados Unidos, se ha reunido varias veces en lo que va de año con Intel para mostrarle su apoyo verbal y económico, calificando la crisis de los semiconductores como “una prioridad máxima e inmediata”. En una primera fase, el Gobierno norteamericano había comprometido una partida de 50.000 millones destinados a la fabricación e investigación de semiconductores como parte de un plan de reconstrucción nacional de la industria dotado con 2 billones de dólares.

“Esperamos que con estas medidas se pueda aliviar los graves problemas de demanda, sin que ello requiera la construcción de una nueva fábrica, algo que llevaría tres o cuatro años, sino más bien implementando nuevos productos certificados en algunos de los procesos ya existentes”, declaraba Pat Gelsinger, CEO de Intel, tras un encuentro con Joe Biden, en una declaración que pone de manifiesto las medidas contundentes y rápidas que requiere la crisis de los semiconductores.

Construir una fábrica de semiconductores desde cero cuesta 10.000 millones y cuatro años

Y es que construir una factoría al uso para la producción de microprocesadores conllevaría una inversión inicial de 10.000 millones de euros y un plazo de cuatro años para estar completamente operativa que ahora mismo no se puede permitir ninguno de los implicados en esta crisis, algunos gravemente afectados, como la industria de la automoción. De hecho, en los encuentros de la Casa Blanca han participado ejecutivos de una veintena de las compañías más importantes que tienen actividad en el país como Mary Barra, CEO de General Motors; Jim Farley, CEO de Ford o Carlos Tavares, máximo responsable de Stellantis, el grupo resultante de la fusión entre Fiat Chrysler y Peugeot-Citroën.

Todos los presentes han sufrido y sufren las consecuencias de la crisis de los semiconductores, un elemento extraño a los vehículos hasta hace no demasiado tiempo, pero que se ha convertido en fundamental en su transformación de artefacto mecánico a gadget repleto de sistemas digitales y ayudas tecnológicas para las que son imprescindibles estos dispositivos. La presión ha sido tan fuerte para los fabricantes, que en algunos casos como Peugeot han tenido que tomar soluciones de emergencia para abastecer la demanda prescindiendo de extras como determinadas pantallas.

En España, la carencia de microchips acaba de provocar el cierre temporal de varias líneas de producción en las fábricas que Stellantis posee en Vigo y Figueruelas y lo ha hecho al poco tiempo de haber reanudado la actividad después del parón vacacional. La crisis ha enviado a casa a más de 12.000 trabajadores de las plantas nacionales y este paro forzoso podría durar más de una semana en el peor de los supuestos. La situación no parece tener visos de resolverse en un coro plazo, ni siquiera en las empresas que habían conseguido anticiparse a estos problemas de suministro como Toyota, el mayor fabricante mundial de coches, que por su historia tiene una cultura de previsión diferente a otros competidores, debido a los problemas que sufren algunas de sus plantas, por ejemplo, los terremotos y otras causas naturales que se dan en Japón.

Este lunes, Toyota ha puesto en marcha un recorte de producción mayúsculo, con una rebaja de la previsión de producción de 900.000 vehículos en todo el mundo a 540.000 y que sufrirán todas las fábricas del grupo. Es la mayor crisis manufacturera para la compañía desde el accidente nuclear de Fukushima en 2011, cuando la empresa tuvo que hacer prácticamente un reset total de todas sus actividades. Este incidente reforzó la cultura de almacenaje de la compañía, que a partir de ahí empezó a aplicar procesos de contingencia ante el mínimo atisbo de conflicto. Hizo lo propio al inicio de la crisis de los semiconductores, pero el atasco de pedidos está siendo tal que su margen de maniobra ya se ha agotado.

El retraso es tal que en algunos casos el periodo desde el que se hace un pedido y se entrega supera las 20 semanas, mientras que la mayoría de empresas reciben plazos medios de entre 12 y 16 semanas para recibir un suministro. Es decir, en el mejor de los casos, la tardanza es de un trimestre, un periodo abismal en la industria actual, en la que cobra cada vez más importancia el modelo just-in-time, el máximo grado de eficiencia donde cada producto llega a su destino cuando es necesario, construyendo una cadena casi perfecta.

Corea del Sur inyecta 450.000 millones y Europa espera tomar posición

De ahí que procesos de soberanía tecnológica o corporativa en algunos sean más necesarios que nunca para un modelo global roto. Al movimiento de Estados Unidos con Intel le han acompañado otros como el realizado por Corea del Sur, que planea una inversión de 450.000 millones de dólares para incentivar la industria nacional de semiconductores. Será la mayor inyección de las previstas, pero las propias empresas involucradas en el negocio también han presentado sus credenciales para hacer de contrapeso a las opciones chinas y estadounidenses Así, Samsung destinará a la investigación y desarrollo de microhips 151.000 millones de dólares, mientras que SK Hynix, otra empresa dedicada a la producción de semiconductores en Corea del Sur, ha comprometido una cantidad de 97.000 millones para una misión idéntica.
“Nuestro Gobierno quiere crear lazos con las empresas para formar una potencia de semiconductores, por lo que el apoyo que les vamos a brindar es decidido y concreto”, declaraba Moon Jae-in, Presidente de Corea del Sur, tras el anuncio del apoyo millonario estatal a las corporaciones surcoreana.

Mientras tanto, Europa ocupa una posición secundaria en el tablero global tecnológico, como ha venido sucediendo desde hace años. Su objetivo es llegar a acuerdos, sobre todo con los fabricantes asiáticos, para contribuir en ciertas fases del proceso, reforzar su presencia el continente o conseguir acuerdos favorables de compraventa, pero no hay un proceso de soberanía productiva como tal, puesto que no existe una gran firma europea en esta industria.

“Seguimos siendo competitivos porque tenemos muchas ideas y equipos compatibles con las necesidades de la industria, es decir, la transferencia directa y el trasvase de los resultados de la investigación a las aplicaciones industriales puede hacerse fácilmente”, defendía Olyver Fayno, Jefe de la División de Componentes de Silicio de CEA-LETI, instituto francés dedicado a la investigación en electrónica y tecnologías de la información al conocerse una iniciativa puesta en marcha por la Comisión Europea para impulsar la capacidad industrial de los semiconductores.

Este plan, todavía sin medidas concretas, ha venido acompañado en los últimos meses por visitas de Thierry Breton, Comisario Europeo de Asuntos de Mercado Interior, a centros de investigación y producción de alta tecnología, durante las que ha verbalizado algunas de las líneas maestras del programa del Viejo Continente para hacer frente a la crisis de los semiconductores que ha puesto en jaque a fabricantes como BMW, Mercedes-Benz o Volkswagen, entre otros, pilares de la economía alemana y por ende europea.

“Nuestro objetivo es alcanzar el 20% de la cuota de mercado mundial dentro de una década, lo que sería suficiente para nuestras necesidades, mientras que Estados Unidos planea un 30%. De este modo, ambos bloques juntos lograríamos el 50% del negocio”, apuntaba Breton en una supuesta ambición de que un eje europeo-norteamericano pueda hacer de contrapeso a los competidores asiáticos. “Tenemos la ambición de convertir a Europa en el lugar del planeta donde se produzcan los semiconductores más potentes y de mayor rendimiento. Porque es importante para nosotros conseguir que la producción se haga en nuestro continente en aras de garantizar la seguridad de la cadena de suministro”, añadía el Comisario Europeo de Asuntos de Mercado Interior.

La estrategia europea en esta crisis es similar a la planteada en cuestiones similares, en la que las autoridades intentan vender el papel de especialista y no el de productor en volumen como ocurre con los otros competidores, más conscientes de que el principal problema a resolver es de suministro.

Con todo, dentro de las fronteras europeas se han producido movimientos para dotar de cierta soberanía tecnológica al Viejo Continente. Al poco de ser presentado este plan, Bosch anunciaba la apertura de una fábrica de semiconductores en Dresde (Alemania), cuya producción estará pensada especialmente para el sector automovilístico. “En Dresde se producirán semiconductores para las soluciones de movilidad del mañana, que generarán una mayor seguridad en nuestras carreteras”, indicaba Harald Kroeger, Miembro del Consejo de Administración de Boch, a respecto de este proyecto.

Según informaba el propio Thierry Breton, la Unión Europea quiere plantar cara en la computación cuántica, otro de los grandes desafíos tecnológicos a nivel mundial. De hecho, el objetivo de una futurible alianza tecnológica con la que afrontar la crisis de los microchips tendría como meta final desarrollar la próxima generación de procesadores. Dentro de los planes comunitarios está la creación del primer ordenador cuántico en 2025 para estar “a la vanguardia de las capacidades cuánticas en 2030”, según recoge un documento donde se detallan las líneas estratégicas en materia tecnológica y que resalta este proyecto como el facilitador para “crear nuevas soluciones de movilidad, pero también para acelerar el desarrollo de nuevas medicinas o la secuenciación del genoma de las especies”

Empresas de microprocesadores, un vehículo de inversión

Pero la afirmación de que en toda crisis se generan oportunidades se evidencia en el análisis reciente hecho por el banco de inversión y de valores Goldman Sachs, que acaba de confirmar positivamente sus calificaciones de compra sobre valores del sector de los semiconductores, después de haber mantenido reuniones con compañías de Taiwán involucradas en esta industria como TSMC. “Las principales negociaciones se centraron en las perspectivas de la demanda, de la oferta, la tendencia de los precios, el panorama de la competencia, así como la tendencia de los acuerdos a largo plazo dentro de la cadena de suministro”, según ha informado la compañía.

Algunos de los comentarios que hace Goldman Sachs sobre operaciones recientes son, por ejemplo, el que afecta a United Microelectronics, fabricante de semiconductores para el que se recomienda comprar acciones, porque “la empresa sigue siendo optimista en cuanto a las perspectivas generales de la demanda”. Lo mismo sucede con Vanguard, proveedor de servicios de fundición de semiconductores que supone otra oportunidad de compra, puesto que “la previsión de crecimiento de la demanda seguirá superando el crecimiento de la oferta, lo que apoyará su tasa de utilización para mantenerse en niveles muy altos en 2022 y más allá”.

En su análisis, Goldman Sachs pone también sobre la mesa el nombre de Novatek Microelectronics, que trasladará los aumentos de costes a los clientes, según los analistas, y que está viendo la demanda de componentes de televisión de gran tamaño y OLED para teléfonos inteligentes. Finalmente, Goldman Sachs cita a TSMC, el gigante de la industria de los semiconductores, para el que espera ver “una fuerte demanda estructural a largo plazo en sectores como el 5G y la automoción”.

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Todos estos nombres serán claves para la economía mundial, que al impacto de la pandemia o a la creciente polarización ha añadido un reto global para el que no parece haber una solución del mismo alcance, sino nacional o localizada en los grandes bloques, que se disputan el mando en una partida que se juega con chips en vez de armas, pero cuyo impacto ha perforado a prácticamente todas las industrias.