Cuando el psicólogo inglés Charles Spearman introdujo el concepto de “Inteligencia General” hizo tambalear el sistema de creencias que imperaba en el siglo XX. En realidad, lo que propuso no fue otra cosa que un ejercicio de lógica que se resume en que quien es válido para un área lo debería ser también para cualquier otra.
Esta conclusión, conocida como Factor G, revolucionó el pensamiento contemporáneo pero comenzó a perder validez conforme la empresa comenzó a escalar posiciones y a consolidarse como un actor productivo cada vez más importante.
Fue entonces cuando el Factor G (g de General Intelligence) cedió ante formulaciones que tenían más en consideración al grupo (Group Intelligence).
En otras palabras, el núcleo de muchas compañías pasó a ser el grupo y este cambio de paradigma planteó el interrogante sobre qué es lo marca la diferencia en un grupo.
Varias décadas después, una división de científicos del MIT recupera esta pregunta y hace suya la preocupación por determinar qué diferencia a los grupos de éxito de los que no lo son tanto.
El estudio parte de la premisa de que el hecho de que existan individuos más capaces repercute en la existencia de grupos más sobresalientes que otros. Un hecho que justifican a partir del Factor C, que hace alusión a la inteligencia colectiva.
Según se desprende de sus investigaciones, el Factor C no guarda una correlación directa con la inteligencia media del grupo, pero sí con su sensibilidad, la distribución de los turnos de conversación y la proporción de mujeres en el grupo.
Con lo cual, pierde peso la creencia general de que los miembros más inteligentes forman espontáneamente grupos más capacitados.
La inteligencia emocional, en cambio, sí es un factor dominante en la configuración de equipos y una habilidad que tiende a estar más desarrollada en las mujeres.
En este sentido, este sector de población cuenta con más capacidad para gestionar la comunicación no verbal y descifrar los significados inconscientes que revelan muchos gestos de los miembros.
Esta habilidad capacita a las mujeres a leer la mente a través de los ojos. Así lo ha constatado este estudio que matiza que leer la mente es un rasgo de la personalidad y no una habilidad que se pueda moldear.
La tecnología no es un impedimento
Según se expone en el estudio, la creciente penetración de la tecnología en el entorno profesional no es un obstáculo para el desarrollo de la inteligencia. Los investigadores matizan que las reglas de la empatía se imponen tanto en el entorno online como offline.
Dentro y fuera de la red se aplica la máxima de ‘el que sabe más y gana más’ y esta competencia eleva a las mujeres como fuerza laboral.