“El hombre es un ser social por naturaleza”.
Lo dijo Aristóteles y Mark Zuckerberg se lo confirmó, aunque al menos el filósofo no se imaginaba los canales de comunicación de los que dispondríamos.
Pero, ¿cómo nos desenvolvemos en esos nuevos espacios digitales? ¿Facilita la tecnología la socialización online? ¿Es posible no disociar vida “real” y virtual?
Sobre esto he intentado entender algo durante los últimos días.
Twitch, mucho más que una comunidad para el mundo gamer
Empiezo por Twitch, una plataforma que se está convirtiendo en sinónimo de streaming con más de 24.000 millones de horas vistas en 2021 y donde ya seguía canales como Pandemia Digital, Nanisimo o Ángel Martín, pero siempre como espectadora. Una de las ventajas que se le atribuyen es que permite socializar de forma más natural e instantánea, algo que corrobora mi compañera Iria: me cuenta que ella vive los directos de, por ejemplo, “Reinas y repollos”, como una charla a distancia. Escucha, comenta y es respondida. ¿No es eso acaso una conversación?
El mundo gamer es aún hoy el punto más potente de Twitch
Bajemos al barro. Me pongo un vino y abro el directorio. El mundo gamer, en los cimientos de una plataforma que en origen se llamó Justin.tv, es aún hoy su punto más potente, pero cada vez son más los canales en categorías como Talk shows o Charlando. Ninguno de los que sigo está retransmitiendo en este momento pero los caminos de Twitch me llevan a Filoadictos, una comunidad con tan solo 857 seguidores. Esa, la segmentación, es otra de las claves de esta plataforma.
Dos horas y dos vinos después, y mientras intento no perderme entre Marvel y el cerebro de Boltzmann (inserte meme confused math lady), percibo esa sensación de comunidad de la que Iria hablaba. Al día siguiente pruebo con “Esto es un late”, uno de los programas del canal de Prime Video, con una conversación más asequible, y me atrevo a chatear. Resulta entretenido, una evolución del consumo multipantalla de los últimos años, donde ver First dates o Eurovisión comentándolo a la vez en Twitter, deriva en una nueva experiencia.
Discord, una plataforma pensada para echar el rato
Continúo mis deberes con el complemento natural de la plataforma de streaming, Discord. Cuando entré por primera vez en esta especie de Slack para gamers, como se simplifica a veces, su interfaz me echó para atrás. Me sentí en un chat de mi época universitaria. En este segundo intento, y desde mi falta de experiencia con videojuegos, me ha seguido resultando poco intuitivo.
No conozco a nadie allí y no sé por dónde empezar. Solo se me ocurre buscar al omnipresente Ibai. Pruebo por intereses y me sumo a un canal de cine y a otro de inglés: a los 30 minutos tengo tres chats privados y una invitación a visitar Brighton. Discord está diseñada para pasar horas y horas online: hablando, chateando, jugando, escuchando música… Incluso solo compartiendo escenario, un poco con la misma filosofía de sala de trabajo de Jaime Altozano en Twitch.
Como habituales de Discord, pregunto a Adri Ballester y Jose Valero, de Mazinn, y no creen que exista una plataforma que ofrezca en un solo lugar tantas posibilidades de interacción. Lo comparan con “ir a la plaza”, un lugar en el que echar una partida, hacer una videollamada, hablar de lo que sea… Y de lo que sea puedes encontrar servidores (así se llaman sus canales): en Discord, más allá de los grupos privados, no faltan las pequeñas comunidades de nicho. Esa es otra de sus ventajas: es un espacio seguro para la interacción de usuarios con intereses compartidos.
¿Es posible disfrutar de un concierto en el metaverso?
Eso de la socialización online pasa a otro nivel el viernes. Mi plan de pizza y peli es sustituido, por exigencias del guión, por un concierto de Foo Fighters -por desgracia, uno de los últimos en que pudimos ver tocar al batería Taylor Hawkins- en realidad virtual con mi amiga Bel, Oculus Quest 2 mediante. Que la etiqueta me permitiera asistir en pijama me pareció un punto positivo.
La experiencia en Horizon Venues, el mundo de experiencias de realidad virtual de Meta, superó mis expectativas. Tras darle forma a mi avatar me mostraron las opciones con las que contaba en mi muñeca (muteo, para silenciarte; espacio de seguridad, casi como un súper poder de invisibilidad; y menú de navegación).
De camino hasta el palco donde había quedado con Bel descubrí que también hay plastas en los mundos virtuales. Ya allí, con Dave Grohl cantando a tres metros de mí en un espectáculo creado especialmente para VR, charlé con Anne, que echaba de menos a Nirvana; con un chico de Texas que quería aprender español -mira, no, para eso a Discord-; y con un argentino encantador que me enseñó unos cuantos atajos de menú.
Cerveza terminada. Nos vamos antes de que los de Seattle acaben el show; la realidad virtual mejor en pequeñas dosis.
Es, sin duda, el momento de la semana en el que la interacción ha sido más “real”, aunque más allá del puro entretenimiento o de compartir intereses, me resulta complicado crear vínculos personales en esos canales. ¿Pero son ellos o soy yo?
¿Cuánto cambiaría la película si quien interactúa es un nativo digital con una identidad virtual desarrollada? Probablemente mucho. Lo positivo es que no se trata de formas excluyentes de socializar, así que me la quedo como complementaria a la de carne y hueso.