Todos hemos tenido a lo largo de nuestra vida al menos uno de esos momentos en los que un revés inesperado o una conversación con ese amigo que de verdad nos entiende, nos hace, queriendo o no, parar por un instante, abstraernos del ritmo frenético del estilo de vida actual y ver en perspectiva todo aquello que somos y que hacemos. Es cuando relativizamos - y, admitámoslo, nos sentimos también algo ridículos por un momento - y nos damos cuenta de que ni es tan importante aquello que nos lo parece ni es tan banal aquello que decidimos dejar para otro momento que nos parezca mejor.
Recientemente fui padre por segunda vez y me gustaría compartir en esta columna algunas de las reflexiones que estos días rondan mi cabeza, también alguno de los deseos y expectativas que más me preocupa poder cumplir pensando en las siguientes generaciones. Y es que es precisamente en estas fechas que tenemos a la vuelta de la esquina cuando expresamos con la mayor intensidad nuestro afecto a aquellos que nos rodean y cuando recordamos a Mecano antes de hacer balance del año que cerramos. Creo que, de nuevo, podemos estar perdiendo de vista nuestra capacidad y obligación moral de forjar lo que será clave a largo plazo: la tendencia natural del ser humano a poner el foco en lo más cercano e inmediato nos lleva a regalar, por ejemplo, esa prenda de ropa que nuestro ser querido a buen seguro empezará a disfrutar desde el día siguiente. Preguntémonos, ¿el planeta que estamos dejando como regalo a las próximas generaciones será uno que puedan disfrutar con todo su derecho?
Quiero rescatar la afirmación de Greta:
Los ojos de las futuras generaciones están puestos sobre nosotros.
Tenemos ya ante nosotros grandes retos, provocados por nosotros mismos, a los cuales hasta el momento nunca nos habíamos enfrentado. De cómo se aborden dependerá el futuro de la humanidad.
Me gustaría tomar una perspectiva concreta, que es la del rol de los núcleos urbanos en el agravamiento o solución de estos desafíos. En las ciudades, que son centro de la vida socioeconómica, política y cultural, cada vez desarrollamos nuestras vidas más personas. Actualmente más de la mitad de la población mundial vive en ciudades y a mediados de este siglo se estima que lo harán cerca de un 68%. Vivir en núcleos urbanos incrementa las oportunidades de las personas que las habitan pero también plantea problemas de desarrollo sostenible, contaminación, infraestructura y gestión de los recursos, entre otros. Las ciudades son responsables del 60% de las emisiones de gases de efecto invernadero y, a medida que crece la población urbana, crecen también sus necesidades y, en consecuencia, su impacto ambiental.
Del mismo modo que el COVID-19 ha tenido un impacto horizontal cruzando fronteras y clases sociales - ha afectado desde el médico de Nueva York al maestro de una aldea de China - la destrucción del medioambiente generada por un estilo de vida urbano insostenible es un legado universal. Y tiene un impacto claramente global en las perspectivas de vida de las futuras generaciones. Pese a que efectivamente algunas zonas son particularmente vulnerables al incremento de temperatura, de riesgo de incendios o de eventos meteorológicos extremos consecuencia del cambio climático, llegar a un punto de no retorno en materia de fuerte deterioro medioambiental sería un legado para todos.
Es precisamente por ese impacto y por esa necesidad de compromiso coordinado y global por el que los Objetivos de Desarrollo del Milenio evolucionaron, de considerar casi en exclusiva a los países en desarrollo, a la concepción universal e igualitaria de los vigentes Objetivos de Desarrollo Sostenible. Su adopción refleja la aceptación generalizada de que todas las sociedades deben tomar responsabilidad para no desestabilizar los ciclos naturales y el equilibrio climático y de biodiversidad del planeta. Seguramente sea el único regalo para las próximas generaciones con el que en todos los países, en todas las familias, acertamos seguro.
El cambio fundamental para asegurar nuestro presente y, sobre todo, nuestro futuro implica un nuevo modelo económico, nuevas formas de movernos por las ciudades, nuevos paradigmas de consumo, etc. No podemos asumir que los recursos son infinitos. Puede que en el pasado fuéramos una pequeña sociedad en un planeta grande pero, hoy, nos hemos convertido en una sociedad grande en un planeta cada vez más pequeño.
En algunos países, esa mayor necesidad de recursos va destinada a cubrir las necesidades básicas de la conocida pirámide de Maslow, mientras que en las naciones más desarrolladas y con una creciente clase media, los recursos irán destinados a satisfacer la autorrealización, consumismo y reconocimiento que no solo son insostenibles sino poco justificables ante este contexto. Necesidades que tensionarán aún más los recursos naturales del planeta, que ya están sometidos hoy en día a demasiada presión.
Debemos abordar este momento como una oportunidad para desaprender todo aquello que nos ha llevado a esta posición y empezar a enseñar las alternativas. Nos asomamos a un futuro laboral marcado por la economía digital y las tareas gradualmente asumidas por la inteligencia artificial, además de la necesidad de capacidades técnicas cada vez más complejas. Por ello, establecer modelos formativos con esa visión a largo plazo es también un regalo que debemos dejar a las futuras generaciones.
Es clave apelar a la responsabilidad individual para que dejemos el planeta en las mejores condiciones posibles, pero también lo es la apuesta por políticas que piensen realmente en las generaciones venideras. La obsesión por el crecimiento ilimitado ha puesto en riesgo nuestro bienestar inmediato y atado las manos a quienes aún no han nacido. Estos tienen ya un margen de maniobra mínimo para revertir el empeoramiento de nuestras condiciones de vida y que amenazan a nuestro entorno.
Para los que pueden tomar grandes decisiones, las preguntas son muchas, pero yo destacaría esta: ¿están dispuestos a elaborar un plan sostenible para el futuro y a tomar decisiones difíciles en nombre de personas a las que nunca conocerán? Estamos en pleno examen sobre si somos capaces como sociedad de dejar a nuestras futuras generaciones un camino mejor. Hemos comenzado a construir ese legado ya, no lo perdamos de vista.