La tecnología se ha convertido en el factor que, de manera más decisiva, condiciona y define el contexto en el que vivimos. Prácticamente todo lo que hacemos está de alguna manera afectado por las características de un escenario tecnológico en rápido movimiento: nuestras relaciones, nuestros patrones de consumo, nuestra forma de trabajar, nuestro ocio...
El fenómeno tecnológico va más allá de los dispositivos o la conexión
El fenómeno tecnológico va mucho más allá de lo que suponen unos dispositivos o una conexión determinada, y afecta de una manera cada vez más clara a todos los patrones que enmarcan nuestra actividad y nuestra sociedad.
La importancia de la actitud ante el cambio
En esa sociedad, como decía brillantemente el conocido autor de ciencia-ficción William Gibson, “el futuro ya está aquí, pero está desigualmente distribuido”. Así, en nuestro día a día, podemos reconocer perfectamente tras intercambiar un par de frases con alguien, o a veces incluso sin hacerlo, a quienes claramente habitan en el siglo XXI y separarlos de quienes aún transitan por el pasado siglo XX o, en ocasiones, incluso por el XIX. Y ese criterio, además, no implica en absoluto la simplista aproximación de fijarse en su edad, en su nivel adquisitivo o siquiera en la tecnología que llevan en su bolsillo: es, en realidad, una cuestión de actitud.
Lo que verdaderamente cuenta en una persona a la hora de definir su relación con la tecnología no es la cantidad de dispositivos que lleva encima o el presupuesto que dedica a adquirirlos, sino su actitud ante el cambio. La velocidad del cambio es, sin duda, la variable que más separa a aquellos que pueden llevar a cabo un aprovechamiento razonable y eficiente de los recursos a su alcance para desenvolverse en el contexto que les ha tocado vivir, y la que realmente los diferencia de los que se dedican a penar por él protestando amargamente contra todo y proclamando que cualquier tiempo pasado fue mejor.
La tecnología malvada, presente en cada generación
Si lo pensamos, prácticamente cada generación ha tenido su “tecnología malvada”.
Cuando llegaron los libros, muchos los criticaron porque eran hipnóticos
Hace siglos, cuando los libros comenzaron a convertirse en una posesión accesible, las personas se referían despectivamente a aquellos que se sumergían en su lectura, porque alcanzaban un estado casi hipnótico que a menudo les llevaba a no darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor.
Lo mismo ocurrió con periódicos y revistas: cuando su difusión se generalizó y comenzamos a ver personas consumiendo su contenido en lugar de hablando con compañeros de viaje o con potenciales contertulios en un bar, aquella tecnología recibió improperios de todo tipo por dar lugar a una brecha comunicativa en un hábito, el de la conversación, previamente existente.
¿Les suena a algo? En los años ’60, en plena era de popularización de la televisión, el mantra era hasta qué punto los padres ponían en peligro el futuro de sus hijos abandonándolos o aparcándolos a su suerte delante de un aparato que algunos consideraban prácticamente tóxico, un veneno para el cerebro. Curiosamente, aquella generación, en la que me encuentro, llegó a la madurez sin trastornos reseñables ni epidémicos de ningún tipo.
¿Recuerdan el walkman? Aquellos aparatos para escuchar música a través de sus auriculares fueron considerados responsables de que una generación entera padeciese unos supuestos problemas de sordera o pereciese masivamente en accidentes de tráfico al no poder oír los avisos acústicos de los automóviles. Sin embargo, nunca pasó nada: ni las afecciones auditivas se elevaron de manera significativa, ni hubo muchos más atropellos de lo desgraciadamente habitual.
¿Somos capaces de interpretar el patrón?
Cuando ahora, decenas de psicólogos y médicos supuestamente rigurosos acusan al smartphone de provocar desde depresiones hasta trastornos de atención, pasando por adicciones y hasta comportamientos peligrosos, nos encontramos, tras investigar un poco, con la verdadera realidad: los estudios que afirman que esos “terribles efectos” existen son tan poco rigurosos como los que presagiaban la dolorosísima muerte de los viajeros de ferrocarriles cuando la velocidad provocase descontrolados desplazamientos de sus órganos internos (escribo este artículo desde un AVE entre Madrid y Barcelona que circula a algo más de trescientos kilómetros por hora).
Una parte del imaginario social de cada generación considera las tecnologías que surgen en su madurez como cambios agresivos
Una parte del imaginario social de cada generación considera las tecnologías que surgen en su madurez como cambios agresivos y peligrosos, como amenazas hacia el mundo que conocieron, y tiende a demonizarlas y acusarlas de todos los males, adoptando una actitud tóxica ante ellas que todos sabemos fácilmente reconocer.
La verdad, sin embargo, es que el ser humano se adapta, como podemos ver con los que se encontraron e interactuaron con esas tecnologías después de su nacimiento y las consideraron simplemente una parte de su entorno; la verdad es que nunca pasa nada, y todos esos supuestos efectos perniciosos nunca existen más que en la calenturienta imaginación de algunas personas o en la de investigadores dispuestos a encontrar correlaciones aunque estas no existan.
No intente encontrar ningún tipo de sesgo o discriminación por edad en mis palabras: la actitud tecnológica no es una cuestión de edades. Los más jóvenes no son más hábiles usando la tecnología, simplemente no han tenido de desaprender con respecto a ninguna tecnología, uso o costumbre anterior. Los nativos digitales no existen.
¿Está su compañía preparada para hacer frente al reto tecnológico? Si quiere saberlo, fíjese en aquellos que trabajan en ella, y pregúntese por la actitud que tienen ante el cambio. Si se rodea de amargados tecnológicos convencidos de que la tecnología y los cambios que genera son la fuente de todos los males, su compañía nunca logrará superar el desafío que supone su adopción. Otras compañías competidoras adoptarán esa tecnología y le superarán rápidamente en eficiencia mientras sus trabajadores, o usted mismo, reclama protección a las autoridades, se declara en huelga o se lanza a intentar romper esos artefactos del Averno.
Están, tanto usted como su compañía, condenados a un doloroso fracaso. Y no, no habrá sido por no adquirir tecnología: lo que se puede comprar con dinero no provoca más problemas que la limitación que puede suponer no tener dinero para comprarlo, que muchas veces no es una cuestión de importe sino de prioridad.
No, no habrá sido por no invertir en tecnología. Habrá sido por no contar con las personas adecuadas, o por no invertir en lograr un cambio de actitud.