La tipografía forma parte del paisaje. Sobre todo hoy en día, época en la que las ciudades, regiones y países se han convertido también en marcas. Logotipos y letras propias son elementos que identifican una ciudad, un autor y también una marca. ¿Por qué será?
Porque la tipografía evoca sentimientos, valores y costumbres. De hecho, una de las funciones de la tipografía es marcar el tono de lo que estamos leyendo. Así lo explica Pixartprinting en “Sentir la tipografía”, donde hace un recorrido por los sentimientos evocados por los tipos de letra.
Y es que la tipografía unifica la comunicación de las instituciones locales y, aunque sea de manera subconsciente, nos ayuda a reconocer una imagen homogénea de los lugares, personas e instituciones. De hecho, se suele decir que si nos dejasen caer con los ojos cerrados en medio de una ciudad seríamos capaces de reconocerla simplemente mirando sus rótulos y señales.
Un ejemplo de ello puede ser el metro de Berlín, en el que se mezclan modelos tipográficos de lo más dispares: desde rótulos neoclasicistas de 1913 hasta otros con tipos setenteros:
También Francia, conocida por su tipografía redondeada y ornamentada:
O Viena, donde la cursiva ya es un elemento característico:
Bruselas incluso unifica la misma tipografía en cualquier soporte, móvil o estático:
Los ejemplos son tan numerosos como tipografías existen en el mundo.
De vehículo a evocadora de emociones
Sin embargo, las emociones que los tipos de letra nos evocan no se limitan a la simple identificación de lugares o marcas. La asociación trabaja a un nivel subconsciente, influyendo en nuestros sentimientos e impresiones sobre lo que estamos leyendo, independientemente del contenido.
Un ejemplo de esta asociación son los tipos romanos tradicionales. El tipo Times New Roman lo tenemos asociado a periódicos serios, así que al leer cualquier texto en el que se utiliza esta tipografía tenemos la sensación de estar leyendo algo riguroso y creíble. Es el lado opuesto a Comic Sans, el terror de cualquier diseñador gráfico.
El ser humano es sensible y su historia comienza cuando se crea la escritura. Es por eso que la tipografía siempre nos afectará en mayor o menor medida, incluso llegando a identificarnos con un tipo de letra concreto (ya sea porque es la que usa la marca favorita de un consumidor, o el libro favorito de un lector).
Manuel Sesma, doctor en Bellas Artes y escritor del libro Tipografismo, afirma al respecto: “somos capaces de percibir más utilidades tipográficas de las que pensamos, y sólo necesitamos fijarnos más en nuestro contexto tipográfico. Es fácil. Vivimos dentro de un gran libro”.