El sábado estuve en la cárcel. De visita, por unas horas. Pero aún así, me impresionó.
Ir a una prisión a hablar de felicidad no es tarea fácil. De hecho cuando me lo propusieron, acepté al segundo, pero con todos los miedos del mundo, sabiendo que era un reto enorme. Pero estaba segura de que si la ONGD Solidarios y Thinking Heads habían pensado que tenía sentido, seguro que sabían más que yo y mis prejuicios.
"Me gusta preguntarle a las personas cómo de felices son del 1 al 10"
Hay una costumbre que tengo con esto de la felicidad. Me gusta preguntarle a las personas más variopintas, qué piensan sobre la felicidad. No solo eso. Tiendo a preguntar cómo de feliz eres del 1 al 10. Y esa pregunta, esas dos preguntas me dan pie a las conversaciones más curiosas e interesantes. He tenido la suerte de hacerlo además con personas muy diversas. Entro en un taxi y si procede, acabo sacando el tema seguro. Si el gasolinero o gasolinera me da los buenos días, está perdido. La conversación acaba en cómo se siente, seguro. Y si en la cola del súper no hay nadie detrás, empiezo con un ¿qué tal todo? a las persona que me atiende. Y según la repuesta, comienzo con mi encuesta particular.
Además he tenido la suerte de hablar con personas de otras nacionalidades y de los perfiles más variados del bienestar, de la felicidad. He podido hablar con un ex-Presidente de Italia, Romano Prodi, para entender la visión de un político sobre algo tan intangible como es la felicidad. Con una persona como Ingrid Bethancourt, que después de un terrible secuestro de siete años, y habiendo pasado por las circunstancias más difíciles que podemos imaginar, puede hablar y tiene un concepto muy claro y alto sobre este concepto. Con el Cofundador de Apple, Steve Wozniak, que ha sido capaz de desarrollar hasta una fórmula de la felicidad. Con Chris Gardner, el hombre que inspiró la película de Will Smith de "En busca de la felicidad”, con una Nobel de La Paz como Shirin Ebadi, una mujer con la que, a pesar de que ninguna de las dos hablábamos el mismo idioma y una interprete era nuestra intercambiado de información, con la mirada nos emocionamos ambas…
De todos ellos he aprendido mucho, muchísimo. Porque con un concepto que es tan subjetivo, un intangible tan difícil de definir, escuchar y aprender de otros es la mejor manera de comprenderlo.
Por eso para mí ayer era un día muy especial. Hablar de felicidad con personas que están internas en un centro penitenciario era algo que sabía, de antemano, que me iba a aportar más a mí que probablemente a ellos. Que escucharles, entenderles, me iba a suponer ver otros ángulos de un tema que incluso para ellos, es el objetivo prioritario que tenemos todos en la vida.
Su visión viene desde un lugar donde la felicidad no se da en las conversaciones
Desde el principio ya fue todo diferente. Si tenía miedo de que no les interesase el tema o de que no fueran a participar, no habían pasado ni cinco minutos, y ya se había generado una conversación entre los que estábamos en la sala, sobre la felicidad; si existe o no y cómo definirla en la que no permaneció en silencio ninguno de los que estaban allí. Cada tema, cada área que tratábamos contaba con la colaboración de todos; todos querían opinar o asentían o contaban su visión de lo que para ellos significaba o representaba cada concepto. Me regalaron 90 minutos de aprendizajes que me ayudan más que todos los estudios que me leo cada día. Porque su visión es diferente. Porque su visión viene desde un lugar donde la felicidad no se da ni siquiera en las conversaciones. Porque aquello es un agujero negro donde es difícil encontrar paz, tranquilidad, alegría o felicidad. Y sin embargo, algunos no se rinden. Y luchan y siguen y se empeñan. Y la buscan o al menos la piensan.
En una prisión impresionan muchas cosas. Impresiona llegar y ver los muros altos tras los que intuyes un patio al que nunca le da el sol. Impresionan las puertas cuando se cierran tras de ti con ese ruido seco, aún cuando sabes que para ti, en dos horas, van a volver a abrirse. Impresiona el silencio, solo roto a veces por la megafonía, la torre de seguridad que te recuerda dónde estás…
Pero ayer me impresionaron sobre todo las personas
Me impresionaron los funcionarios con los que tratamos. Impresiona encontrar normalidad y simpatía en un lugar donde nada se te antoja normal y dónde ni siquiera sabes cómo actuar para no hacerle sentir mal a nadie.
Me impresionaron los voluntarios de Solidarios que cada sábado dedican su tiempo a entrar en un lugar de donde otros no pueden salir, para acercarles un poco de vida y de realidad. Impresiona ver como tienen la relación de cariño y respeto con todos ellos. Y sobre todo me impresionaron ellos, los internos. Sus historias y su forma de entender la vida y la felicidad. Cada uno a su manera. Con las penas y las circunstancias más variopintos, pero cada uno de ellos me regaló algo. Uno de ellos describió la prisión de la siguiente manera: "es un lugar donde la tristeza está estancada, donde el aire es depresivo, donde parece que la felicidad no tiene cabida”. Y sin embargo no perdió la sonrisa durante todo el tiempo que estuvimos allí. Otro nos decía: “¿Un momento feliz? Este. Pero ahora hay que volver ahí dentro…”.
Me pidieron que volviera. SI no lo hubieran hecho ellos, lo hubiera pedido yo. Porque ayer me regalaron su tiempo, sus historias y su conocimiento. Ayer algo me removieron por dentro.
Y me enseñaron que incluso en el agujero negro de la felicidad se puede hablar de la felicidad.