De la publicidad también se sale

  • El Director de Clicknaranja defiende que la publicidad nos ha dado buenos momentos, pero también muchos frustrantes y desagradables
  • “Faltan proyectos motivantes, los clientes son menos comprensivos y el compañerismo ha ido mermando”

 

 

Artículo de opinión escrito por José G. Pertierra, Director General de Clicknaranja (Grupo Brandits)

 

 

Parafraseando al gran Scorsese y su Uno de los nuestros: “Que yo recuerde, desde que tengo uso de razón, siempre quise trabajar en publicidad”. Porque muchos de nosotros elegimos la que sería nuestra profesión siendo casi unos niños, cuando empezamos a estudiar la carrera con 18 años recién cumplidos. Fue un flechazo absolutamente vocacional que pensamos que nos haría felices laboralmente por los siglos de los siglos, pero con el tiempo hemos descubierto que la realidad es otra bien distinta.

¿Cuántas veces habremos pensado recientemente “si sigo así, este es el último año que sigo en publicidad” o “cuando llegue a los 40, me reciclo y cambio de profesión”? Han pasados los años y aunque la publicidad nos ha dado buenos momentos, seguramente hemos vivido muchos más frustrantes y desagradables. Y cada vez más. Porque faltan proyectos motivantes, los clientes son menos comprensivos y el compañerismo ha ido mermando hasta convertir el mundo de la agencia en una jungla en el que el darwinismo laboral campa a sus anchas y se dicta aquello de la ley del más fuerte.

Un asco, vamos.

Cuando las cosas se ponen feas en la agencia pensamos en montar un chiringuito en la playa

Así que para no deprimirnos mucho, la mayoría de los que trabajamos en publicidad acabamos teniendo dos soluciones para imaginarnos como será nuestro futuro laboral siempre que las cosas se ponen feas en la agencia: o un chiringuito en la playa o una casa rural. A pesar de lo ridículo que pueda parecer, tenemos la ilusión y la esperanza de que aún exista gente en nuestro sector que pueda decir muy orgullosa: “De la publicidad, se sale” y la historia que viví personalmente da fe de ello.

El año pasado visité Tailandia y una amiga me habló de su estancia en un templo budista para practicar la meditación, pero no uno de esos mainstream para turistas, sino un templo Vipassana bien entrado un valle. Aunque la propuesta era tentadora, me rayé pensando en lo mucho que me iba a costar llegar hasta allí pero sobre todo lo difícil que sería luego entenderme, cosa que pude confirmar al llegar al templo y recibirme unos monjes nativos que efectivamente, no hablaban ni papa de inglés, pero que al preguntarme de que país venía y contestarles que era español, enseguida fueron a avisar a alguien. La sorpresa fue ver aparecer allí mismo una monja española que vivía en el templo desde hacía 11 años para estudiar budismo y que hacía mucho tiempo que no practicaba nuestra lengua con nadie.

Y es que el sorprendido fui yo cuando me confesó que había sido creativa publicitaria en una súper agencia de Barcelona con varias cuentas de impresión: un par de conocidísimas bebidas alcohólicas, una prestigiosa marca de coches francesa y sobre todo, una de las marcas deportivas soñadas por cualquiera que trabaje en esta profesión.

Pero ni así.

El “yoyoismo” del mundo de la publicidad cansa a muchos

Acabó harta de lo que denominaba el “yoyoismo” del mundo de la publicidad: arrogancia, egoísmo, soberbia, vanidad… Hastiada del estrés diario, del vedetismo de muchos clientes, de los caprichos de sus jefes y de la falta de talento de muchos compañeros que conspiraban para moverle la silla, comenzó a tener fantasías de abrir un chiringuito en la playa o inaugurar una casa rural, por lo que decidió pedir un año de excedencia y viajar por oriente para encontrarse a sí misma y resetearse espiritualmente: India, Bangladesh, Birmania, Laos y finalmente Tailandia, que es donde se quedó.

Delgadísima, se le marcaban los huesos de la cara y su cráneo estaba perfectamente rasurado, pero me llamó mucho la atención que tenía pelos en el mentón. Es curioso como una antigua directora creativa, una diva criada en un mundo tan cool como la profesión publicitaria no hubiera pensado en afeitarse el bigote, pero supuse que debía ser la menor de sus preocupaciones para alguien que vivía en el tercer mundo desde hace 11 años sin ver apenas a ningún occidental. Había vencido la mediocridad del que dirán y si, había conseguido salir del mundo de la publicidad.