Este artículo empezó a escribirse en noviembre de 1977, en el extinto Real Cinema de la plaza de la Ópera de Madrid. Nunca había abierto tanto los ojos: aquella nave era gigantesca, los rayos láser zumbaban de un lado para otro y el robot, pequeño y valiente, y el otro, asustadizo y dorado, huían en una cápsula hacia un planeta llamado Tatooine. Allí estaba el chico granjero a quien le iban a cambiar la vida…
- Hola. Yo soy C3PO, relaciones cibernéticas humanas.
Mayo de 2022. Muchos años y muchas secuelas después, entro en el taller que Casual Robots tiene junto al Retiro. Los ojos se me vuelven a abrir de esa manera en la que solo los abre un niño. ¡Tantos robots y tan cerca! Y cuando mi vista aún se está acostumbrando se me acerca alguien y me tiende la mano:
- Hola, yo soy Pablo.
Pablo Medrano es Fundador y CEO de Casual Robots y, aunque aún no lo sé, va a guiarme en un viaje al hiperespacio que cambiará mi percepción de los robots a la velocidad de la luz. Y tengo la esperanza de que, si consigo trasladar mínimamente lo que he aprendido a su lado, vosotros también empecéis a cambiarla desde ya.
La robótica (que, por cierto, es una palabra inventada por Asimov) es la siguiente revolución industrial pero, como Pablo apunta, “para que la transformación tecnológica suceda, primero tiene que suceder la transformación mental de la sociedad”.
Los robots no sustituyen a los humanos, sino que les complementan y ayudan
Para ser justos, ya ha sucedido en parte. La mitad de los procesos industriales ya son robóticos gracias al impulso de gigantes como Amazon, Foxcom o sectores enteros como el del automóvil. Pero la robótica industrial de enormes brazos que montan, ordenan y trasladan cosas de forma mecánica -como Charlot en “Tiempos Modernos”- no es la única, ni la más bonita, ni desde luego la más incomprendida.
Casual Robots es una consultoría de robótica especializada en lo que se suele llamar “robots sociales”, aunque Pablo me corrige: su denominación técnica es RAAS, es decir Robots As A Service. Este matiz me abre los ojos. Robots como un servicio. No “robots simpáticos con los que hacerse un selfie”, sino robots que resuelven tareas útiles. Robots que no sustituyen a los humanos, sino que les complementan y ayudan en hospitales, aeropuertos o restaurantes; robots que conducen, limpian, cuidan, rescatan, cosechan, acompañan… ¿Cuál es su límite? ¿Qué más pueden hacer?
Pablo me devuelve la pregunta: “¿Y qué no puede llegar a hacer un robot? Puede hacer el check-in en un hotel, buscar gente entre escombros o recoger toda la ropa sucia de un hospital…”. Se me ocurre que acabo antes pensándolo al revés: SAAR: Service As A Robot.
Un robot es como un ordenador con patas, pero con tres capacidades que lo distinguen: la movilidad, la interacción y la empatía
Prácticamente cualquier servicio que se me ocurra se puede pensar como un robot. Y muchos de ellos ya los ha puesto en marcha Pablo: balizas robóticas que testean la calidad del agua (para el Mar Menor), robots de vigilancia, asistentes robóticos en edificios inteligentes… De alguna forma -me dice-, un robot es como un ordenador con patas (del mismo modo que Chewbacca es un felpudo con patas), con el mismo potencial y la misma conectividad, pero con tres capacidades que lo distinguen: la movilidad, la interacción y la empatía.
Estoy muy de acuerdo en lo de la empatía: mira Joaquin Phoenix en “Her”, y nuestro imaginario colectivo está poblado de seres adorables como Wall-E, Baymax, el hombre de hojalata, Robbie (el de “Yo, robot”), Robotina y, en general, dejando a un lado máquinas inquietantes como el T-800, los robots molan (bueno, y el T-800 también mola, que se acaba haciendo amigo de John Connor).
Paradójicamente, ésta es una de las mayores debilidades de los RAAS para ser tomados en serio. Que molan. A los decisores de empresas y administraciones les gusta hacerse la foto con ellos, enseñarla en sus redes, presumir de modernos, y luego volver a hacer las cosas como siempre.
Y esta es la cruzada que ha emprendido Pablo: cambiar la percepción del “molan” al “son útiles de verdad”. Sus antagonistas son el miedo, la desconfianza y la ignorancia, y tiene claro que vencerlos pasa por educar e inspirar desde casos y herramientas. Y educar, pasa por buscarse aliados.
Por eso en 2017 se unió a The Valley, InmediaStudio y Mashme y abrió The Place, un audaz espacio de innovación para explorar la aplicación de tecnologías disruptivas en empresas. Allí continuamos nuestra charla, mientras nos observan réplicas operativas de R2D2, BB-8, Johnny 5, Wall-E, T-800 y algunos robots históricos como AIBO de Sony; Topo, el robot que se controlaba desde el Macintosh II; los modernos Pepper o, mi favorito, un rompedor robot coreano llamado DARWIN. Curioseo a ver si encuentro otro que se llame VERNE, pero ese está todavía por inventar.
En paralelo desarrolla TECH-SITES, un proyecto muy personal para llevar la formación tecnológica a universidades no tecnológicas, con ESIC. Y junto a Fundación Telefónica crea la exposición itinerante “Nosotros, robots”, en la que muestra parte de sus 400 robots, que conforman la colección robótica más grande de Europa.
Casual Robots es, además, una empresa española. Pablo lo tiene claro: somos un país de servicios, y ¿qué lugar mejor para ser pioneros en “robots como un servicio”? Pueden ser muy transformadores en sectores como hostelería, healthcare, smart cities, retail, agricultura… “¿A qué estamos esperando?” -dice- “¿a qué vengan los ingleses o los americanos a hacerlo? ¿Por qué no nos atrevemos desde aquí? ¡Yo me he atrevido, y como país necesitamos más gente que se atreva!”.
Le brillan los ojos. Es ese brillo que da la pasión, la valentía y el amor a lo que haces. Y también es ese brillo que solo ilumina los ojos de los que saben ver más lejos que los demás.
Cuando me despido descubro entre los robots un par de maquetas gigantes de Lego. Me confiesa que a veces las monta por la noche, para despejar su mente. Son un crucero imperial y el Halcón Milenario. Me acerco. Allí están el felpudo con patas, el chico granjero ya convertido en héroe, y el androide dorado de relaciones cibernéticas humanas. Sonrío, y pienso que el viaje de los robots no ha hecho más que empezar y que les queda por delante una aventura larga y fascinante. Y a nosotros también.