Ante una creciente conciencia de la sostenibilidad, el respecto al medio ambiente y los patrones de consumo, nuestra alimentación se está transformando. Los productos ecológicos, a base de proteínas de origen vegetal y de comercio de proximidad forman parte habitual de nuestra cesta de la compra. Y es posible que próximamente lo hagan también los insectos.
Y es que el consumo de derivados de insectos se encuentra cada vez más cerca de ser autorizado por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, por sus siglas en inglés). El pasado 13 de enero el organismo publicaba una primera evaluación completa sobre una propuesta que utiliza un insecto como alimento de consumo humano, lo que constituye un paso necesario su regulación como nuevo alimento. Concretamente, la evaluación ha sido referida al conocido como gusano de la harina, tanto el insecto completo seco como en forma de polvo (larva Tenebrio molitor).
Desde que el pasado 1 de enero de 2018 se aprobase el Reglamento sobre nuevos alimentos, la EFSA asegura haber recibido un gran número de solicitudes que abarcan una amplia variedad de fuentes alimentarias nuevas y tradicionales. Estos incluyen productos a base de hierbas derivados de plantas, alimentos a base de algas y frutas no autóctonas, y una variedad de variedades de insectos comestibles. Los insectos han despertado un gran interés en el público y los medios de comunicación, por lo que las evaluaciones son esenciales el establecimiento de políticas que decidirán si autorizan o no estos productos para comercializarse en la UE.
La barrera de la cultura y el "efecto asco"
Los insectos son una comida popular en otros países, pero ¿podrían llegar a serlo en el mercado europeo? En 2013, la ONU informaba que más de 2.000 millones de personas comían insectos con regularidad, cocidos y crudos; una cifra que ahora se sitúa en los 2.500 millones en todo el mundo. El nivel de penetración de los insectos y sus productos derivados en los países europeos es bajo en comparación con otras regiones de Asia o América Latina, donde su uso en la alimentación está más tradicionalmente asentado. Por ello, la cultura será una de las principales barreras a las que tendrá que enfrentarse este nuevo alimento.
La propia EFSA recoge las opiniones de los expertos. Giovanni Sogari, investigador de la Universidad de Parma en los ámbitos social y de consumo, considera que “existen razones cognitivas derivadas de nuestras experiencias sociales y culturales (el llamado ‘factor del asco’), que hacen que la idea de comer insectos sea repulsiva para muchos europeos”. Sin embargo, asegura que con el tiempo y la generalización de tales alimentos, estas actitudes pueden cambiar.
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Aunque la idea generalizada es que los productos derivados de insectos son ricos en proteínas, los expertos advierten de que sus niveles reales pueden sobrestimarse ante la presencia una sustancia llamada quitina, un componente importante del exoesqueleto de este tipo de animales. Ya que muchas alergias alimentarias están vinculadas a estas proteínas, es necesario evaluar los efectos adversos para el organismo humano. La sensibilidad de una persona a las proteínas de los insectos podría producirse por la propia quitina, la reactividad cruzada con otros alérgenos o los alérgenos residuales de la alimentación de los insectos, como el gluten.
Una producción más sostenible
La producción de este tipo de alimentos y productos plantea potenciales beneficios ambientales y económicos, ya que requieren menos alimento y producen menos desechos y dióxido de carbono que otras fuentes de proteína animal. El proceso de cultivo implica separar los huevos de los insectos y alimentar a las larvas con cereales como avena o salvado de trigo, además de verduras. Cuando han crecido, se enjuagan, se matan por inmersión en agua hirviendo y luego se secan en hornos.
Con todo, este movimiento de la Unión Europea dará lugar previsiblemente al crecimiento del mercado de gusanos de la harina. EFSA se hace eco de las opiniones de Mario Mazzocchi, estadístico económico y profesor de la Universidad de Bolonia. Considera que existen claros beneficios ambientales y económicos en la sustitución de las fuentes tradicionales de proteínas animales por otras que requieren menos alimento, generan menos residuos y producen menos emisiones de gases de efecto invernadero. “Unos costes y precios más bajos podrían mejorar la seguridad alimentaria, y la nueva demanda también abrirá oportunidades económicas, aunque estas también podrían afectar a los sectores existentes”, explica.
No obstante, ya era legal vender insectos como alimento para personas en países como Holanda, Bélgica, Dinamarca y Finlandia Reino Unido, donde compañías como Crunchy Critters los ofrece desde 2011. Los principales actores son Protifarm en Holanda, Micronutris en Francia, Essento en Suiza y Entogourmet en España. Según recoge The Guardian, cada año se producen alrededor de 500 toneladas de alimentos a base de insectos para el consumo humano, pero la cifra aumentaría si se otorga la aprobación y las grandes empresas pueden comenzar a producir productos a base de insectos para la venta en los países mediterráneos.
Una evaluación positiva por parte de EFSA pondría fin a años de incertidumbre respecto a la adecuación al consumo humano de los insectos y podría hacer de estos animales un mercado de gran potencial, abriendo nuevos caminos para una alimentación más sostenible. Junto a los gusanos de la harina, otro tipo de insectos, como los grillos, saltamontes o las langostas, podrían aparecer próximamente en los lineales de los supermercados. ¿Estaremos dispuestos a comprarlos y comerlos?