Vladislav Rosliakov tenía entre 18 y 22 años. Era estudiante de un módulo para ser mecánico electricista en el instituto de formación profesional de Kerch, en Crimea. Rosliakov ya no sabía si era ucraniano o ruso, porque la península del mar Negro en la que vivía, perteneciente a Ucrania, fue anexionada por Rusia en 2014. Una crisis de identidad provocada por el fuerte sentido imperialista que Rusia ha dado a esta etapa de su historia, con el afán de recuperar la vieja gloria de aquel vasto imperio de los zares que un día la hizo grande. Luego llegó el comunismo y pasó lo que pasó. Lo grande se hizo pequeño a ojos de la Historia.
¿Quién es Vladislav Rosliakov?
Hace un mes y medio, Vladislav se sacó la licencia de armas de caza y se presentó en una armería de Kerch para comprar 150 cartuchos del calibre 12 para su fusil. Al llegar a su casa, se dedicó durante unas horas a fabricar un artefacto explosivo siguiendo manuales que había consultado en Internet. Esperó a que la inspiración asesina le embriagara y en la mañana del 17 de octubre se presentó armado hasta los dientes en las instalaciones del instituto.
El triste protagonista de esta historia tantas veces narrada por los medios de comunicación se llevó por delante casi veinte vidas de alumnos y profesores
Primero irrumpió disparando indiscriminadamente a su paso por pasillos, aulas y patios. Luego se acercó a la cantina llena de compañeros e hizo explotar la carga explosiva que había fabricado días antes. Finalmente, Vladislav eligió un desenlace poético al encaminarse hacia la biblioteca y suicidarse rodeado de novelas y dramas escritos por Chéjov, Tolstoi o Dostoievski. El triste protagonista de esta historia tantas veces narrada por los medios de comunicación se llevó por delante casi veinte vidas de alumnos y profesores.
La matanza perpetrada por Vladislav irrumpió en los teletipos de las redacciones europeas a media mañana. El impacto lógico en los profesionales de la información, curtidos en mil y un tiroteos como este, dejó paso a la responsabilidad de publicar todos los datos contrastados de la noticia. A duras penas, dada la distancia que nos separa de Crimea y de su cultura más bien alejada de la nuestra, el suceso se hizo hueco en las portadas de los noticiarios de mediodía y en los de la noche.
El olvido de los medios de comunicación occidentales
Pocas horas después, lo ocurrido en Kerch no era más que un hecho luctuoso sepultado bajo una catarata de noticias de mayor enjundia. Ni flores, ni velas en los funerales, ni controversias públicas sobre el acceso a las armas de los jóvenes, ni críticas al presidente del país, alguien que años antes había dado la orden de anexión de un territorio extranjero sin escándalo alguno en estas latitudes.
Claro. Kerch no era Parkland, Florida, ese barrio residencial al norte de Miami; ni tampoco su instituto era la universidad de Virginia Tech, ni el centro educativo de Columbine, en Colorado.
Aquellas matanzas sí que eran atractivas para nuestros lectores, oyentes, espectadores, porque castigaban a un país como Estados Unidos que nos resulta tan familiar. Pero Kerch, ¿quién sabe dónde está Kerch, Crimea?
A las pocas horas de enfriarse los cañones de las armas empleadas por Vladislav, ningún redactor jefe en Europa se interesaba ya por las víctimas ni sus familias, ni se investigaba en el pasado del autor para descubrir sus horribles frustraciones de mal estudiante. Nadie cuestionaba que Vladislav hubiera podido comprar su rifle y la munición, o conseguir la licencia de armas a su edad, exactamente lo mismo que hizo Nikolas Cruz, el autor de la masacre de Parkland el pasado mes de febrero.
La vida y los hechos de Vladislav no importaban a nadie en Occidente
Es curioso, pero la vida y los hechos de Vladislav no importaban a nadie en Occidente, pero con Nikolas se afiló concienzudamente el periodismo de investigación para conocer su pasado y el ámbito en el que vivía. Pero, ¿acaso los habitantes de Crimea tienen bajo su almohada un AR-15 con el que alejar sus fantasmas, como les pasa a los pobres norteamericanos? Tanto da. Esa circunstancia sólo es noticia si la protagonizan nuestros amigos yankis.
Tampoco en Crimea, Rusia, hay una Asociación Nacional del Rifle a la que identificar con el conservadurismo repudiable que representan Trump o Bush. Y por tanto, las matanzas allí son menos interesantes que las que jóvenes desestructurados cometen en países orientales que tan lejos nos pillan.
Se ha repetido una vez más la máxima del doble rasero de los medios occidentales. La ignorancia que desplegaron hace varios años respecto a la invasión por parte de Rusia de los territorios de otras naciones es directamente proporcional a la que se acaba de producir con este tiroteo en un centro estudiantil.