A los jóvenes no les entusiasman las conservas, pero no pueden vivir sin ellas porque les sacan de más de un apuro. Esta es una de las conclusiones que se desprenden del estudio que ha realizado Lantern sobre los Millennials y las conservas.
Según Anfaco-Cecopesca, la evolución de la producción de conservas y semiconservas de pescado y marisco en España está en la senda de la recuperación, pero todavía un 3% por debajo de los datos de 2011. Y es que este sector, dominado en gran medida por la marca de distribución, es uno de los que menos ha evolucionado en los últimos años según el estudio de Lantern. Pese a ser una categoría con variedad de productos, la innovación es su talón de Aquiles.
Respecto al consumo de conservas por parte de los Millennials, son una generación que navega entre lo más nuevo y lo retro, a la que no le gusta demasiado cocinar, pero sube fotos preciosas de comida en Instagram y que cuando compran son prácticos, a la vez que se preocupan por aspectos como la naturalidad o el origen. Entonces, ¿qué piensan cuando ven una lata de atún?
¿Es de modernos comer mejillones?
Cuando piensan en conservas de pescado, estas son las ideas que primero les vienen a la cabeza a los Millennials según el estudio de Lantern: Es muy cómodo _ dura mucho _ comida rápida _ aperitivo _ aburrido _ bien envasado.
En definitiva, la imagen que tienen de las conservas refleja un producto cómodo, aunque poco atractivo y sin diferenciación.
Lo consideran un producto de consumo rápido y ocasional que no puede faltar, ya que es muy socorrido cuando no apetece cocinar. De hecho, algunos han heredado de sus padres el hábito de consumo de conservas a la hora del aperitivo y ellos ahora repiten el ritual.
Es precisamente la conveniencia el valor que más asocian, ya que está accesible en el lineal, no requiere frío, su caducidad es larga y es un “fondo de armario” que les salva de muchos apuros. Todos coinciden en que es un producto que no falta en la cocina, aunque su utilidad presenta matices. No les gusta la comida precocinada y la mayoría reconoce que no sabe o no le apetece cocinar. Esto se traduce en la necesidad de comer algo rápido, poco elaborado y rico. En conclusión, el uso generalizado está como complemento en ensaladas o pasta.
Conservas y calidad
Por lo general, no asocian pescados o moluscos enlatados con productos excepcionales y tampoco perciben valores similares a través de las marcas o el envase. Además, debido al tipo de consumo que realizan, no consideran que las latas contengan un producto de alta calidad. Por esta razón, no tienen reparo en acudir a marcas blancas, salvo si la ocasión lo merece. Y ante una variación grande de precio, se entiende que el más caro será mejor, pero no se sabe bien por qué.
En cuanto a los momentos de consumo de la conserva tal cual, sin mayor elaboración que emplatar o añadir un poco de aceite, son siempre sociales: aperitivos, cenas o reuniones familiares. Además, estando en grupo, una lata cara puede dar mayor categoría a una cena informal. “Cuando tengo una cena en casa y no me apetece cocinar pongo cosas de picoteo: una latita de berberechos, un poco de salchichón…” .- (Entrevistado)
Por distintos motivos no se plantean abrir una lata para consumir directamente ellos solos, es impensable por ejemplo una lata de atún como plato principal, pudiendo tener este gesto incluso connotaciones negativas. Distinto es el caso de la utilización de pescados como bonito, caballa o anchoas como ingredientes para la preparación de otro plato algo más elaborado, o un bocadillo. En estas circunstancias no se plantea el rechazo al consumo individual, aunque aparece como inconveniente el tamaño de las latas: demasiado grande para terminar la ración uno solo.
Early adopters
Llama la atención que los Millennials, considerados una generación de early adopters en muchos aspectos, no buscan novedades y tampoco se muestran interesados por probar nuevos productos en conserva. Temen encontrar un producto o un sabor que no les va a gustar, aunque reconocen que sí lo harían tras una recomendación favorable de su entorno.
Esta apatía quizá se deba también a que nos encontramos con un lineal del que no se espera nada nuevo. Cuando hay novedades, pasan desapercibidas o duran poco antes de que la tienda las descatalogue. Por eso aquí encontramos una oportunidad aprovechando su confianza en las recomendaciones y la posibilidad de que prueben nuevos sabores fuera de casa, por ejemplo, en un restaurante.
En este sentido, el envase de las conservas es una tarea pendiente. Según el estudio de Lantern, el tamaño sí importa. Para el consumo individual, en ocasiones una lata es demasiado grande y la falta de un sistema de conservación adecuado una vez abierta, provoca que finalmente no se abra o se termine tirando días más tarde. Otro punto que genera división de opiniones es ¿con o sin caja? El cartón por un lado aporta más información e imágenes y permite transportar y almacenar mejor grandes cantidades, pero la estética no convence.
Los Millennials son una generación muy visual, muy ‘instagramer’, y queda patente también cuando hablamos de conservas. Tienen distintas percepciones sobre qué debe primar en el envase. Si para unos es fundamental poder ver una imagen fiel del producto que van a consumir, otros se decantan por una estética muy trabajada que no muestre la comida.
Como conclusión del estudio sobre conservas, los jóvenes no han aprendido a apreciar la calidad de los productos enlatados, pero los consideran imprescindibles. Esto abre un interesante abanico de oportunidades en el sector para aquellos fabricantes que sepan mostrar el valor a su producto más allá de la conveniencia y responder a sus necesidades con una imagen renovada.
Más info.: Conservas y Millennials