Las redes sociales pueden ser, y son, un arma de doble filo.
Por una parte han abierto una puerta a las marcas, nunca antes explorada, a través de la que pueden llegar de manera más directa, fácil y puede que hasta eficaz a sus consumidores presentes y futuros.
Pero, por la otra, esa puerta no se ha cerrado a tiempo para evitar la entrada de una marea de haters enfurecidos con ganas de aporrear sus teclados y prender fuego digital a todo lo que se les ponga por delante.
Facebook, Twitter e Instagram, por citar sólo algunas, nos han dado su mano y nosotros les hemos cogido el brazo entero. Sin miramientos. Nos han dado ¿demasiada? libertad y ahora vagamos sin rumbo en el terreno de la sinrazón.
Me refiero, por ejemplo, a barbaridades como esta.
Vale que es un ejemplo extremo y que el terreno de la política suele ser demasiado inflamable, pero las críticas venidas arriba, los comentarios salidos de tono y las faltas de respeto están contaminando demasiado Internet.
Hace poco conocíamos el caso de Sarahah, una especie de aplicación de la sinceridad para enviar comentarios constructivos de manera anónima. La base de partida parece tener mucho sentido, pero la idea ha acabado fomentando el ciberacoso.
Y cuando la diana a la que se apunta son las marcas, también surgen haters a todos los niveles. ¿Os acordáis del pis de gato de Cruzcampo?
Al “Pollo, Pollo” de KFC también le salieron unas cuantas críticas. Estas, las hemos encontrado en YouTube.
Y también estas...
Unas cuantas más...
Y hasta llegaron peticiones de despido...
Al margen de que este tipo de comentarios pueden desatar toda una crisis de marca si no se saben gestionar a tiempo, vemos que en Internet sobran voluntarios para salir a criticar. Por eso me parece interesante pararnos a pensar si esto de la crítica se nos está yendo de las manos. ¿Criticamos por criticar? ¿Es una afición? ¿O quizás para algunos se ha convertido en un auténtico deporte?
Vamos a ponerle freno
En el mejor de los casos las críticas se quedan sólo en eso. En otros, por el contrario, pueden llegar a tener consecuencias en la vida real. Por eso creo que, como dice el eslogan de seguridad vial de Antena 3, hay que ponerle freno.
No estoy hablando de pasar un examen que certifique nuestra aptitud para comentar en redes sociales (aunque nos evitaría algún disgusto); estoy pensando en tener recursos a mano para frenar las críticas gratuitas y conseguir que el campo de las redes sociales sea un poquito más habitable. Porque las propias plataformas tampoco es que estén haciendo demasiado.
Protocolo de buenas prácticas
Para evitar que fallen el sentido común y la bondad del ser humano...
- Paso número 1: coloquémonos detrás de la pantalla de nuestro ordenador, móvil o tablet sabiendo que no criticamos a avatares anónimos, sino que nuestras críticas afectan a personas reales con derechos y sentimientos.
- Paso número 2: exigir que las propias redes sociales actúen, que eliminen comentarios inapropiados, censuren a ciertos usuarios o incluso que cierren ciertas cuentas. En este sentido, el CEO de Instagram, Kevin Systrom, hablaba este verano de “limpiar Internet”. Y para dar ejemplo, esta red social ya ha creado un filtro que automáticamente oculta palabras específicas y ciertos emojis. Por lo demás, en este asunto las altas esferas de las redes sociales suelen quedarse en las buenas intenciones. Todavía les cuesta pasar a la práctica.
- Paso número 3: no bajemos al barro, no entremos en el juego de quien fomenta el odio y hablemos con respeto incluso a quien no lo hace.
- Paso número 4: no miremos hacia otro lado cuando detectemos alguna señal de odio en redes sociales, incluso aunque no nos afecte directamente. Educar a los haters, prestarles atención, escucharles (y hasta darles cariño, por si les faltara...) puede ayudar a que cambien de opinión.
- Paso número 5: tenemos que saber que no estamos solos y que hay proyectos como Rewind que se han propuesto combatir el odio online con respeto.
- Paso número 6: se podría impulsar la creación de algún tipo de organismo regulador que tomase cartas en el asunto. Es una opción.
- Paso número 7: podemos esperar avances tecnológicos como que la inteligencia artificial sea capaz de filtrar los comentarios más ambiguos. Eso sería interesante.
- Paso número 8: démosle una vuelta al código penal. En el caso de Alemania, el gobierno presentó un proyecto de ley que incluye multas de hasta 50 millones de euros a empresas como Facebook y Twitter si no eliminan o bloquean en 24 horas los mensajes de odio o las noticias falsas. ¿Conviene hacer algo parecido aquí en España para terminar con la sensación de impunidad de los que critican a un nivel más serio?
Caminos para poner coto a la crítica en redes sociales hay muchos, pero ¿conviene hacerlo? O quizás la pregunta que tendríamos que hacernos es: ¿Qué nos está pasando como sociedad para que no seamos capaces de gestionar la libertad de expresión online?
Puede que el ejercicio de reflexión sea tarea personal e intransferible.